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Prólogo: ----------------------------------------------------------------------------Fotografías

El siguiente episodio ocurre en el transcurso de 13 horas y con independencia de lo aterradores que puedan parecerte los acontencimientos aquí relatados, hay una cosa que debes recordar mientras tengas el libro entre las manos: todo ocurrió de verdad, todo es cierto. ¿Qué me obsesionó mas? que como nadie sabía lo que estaba ocurriendo en esa casa, nadie nos tenía miedo.

- Lunar Park (2005)
- El almuerzo desnudo (1959)
- El perfume (1985)
- 2666 (2004)

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Eran las 5:30 cuando salí a la calle, crucé el patio y me despedí con la mano en alto del conserje, quién me devolvió el saludo con su mano izquierda y con la otra siguió regando. Abrí las rejas del edificio y lo primero que vi fue un auto abollado, luego una bolsa de basura en la vereda opuesta. Al levantar la vista, me encontré con el conserje del otro departamento sentado en un mesón rectangular, su vista puesta en una tele portátil en miniatura y rodeado de casilleros con la correspondencia y la red de citófonos. No venían autos así que crucé la calle, unas grietas en el piso y un poco mas lejos los estacionamientos de una plaza con esos juegos que ponen las autoridades y las hileras de arbolitos sembrados con una sonrisa.
Me molestó fijarme todos los días en los mismos detalles, la entrada eléctrica del edificio en la esquina y las ampolletas de cristal cubriendo los faroles simétricamente ubicados en su jardín, el reloj de la tienda de electrodomésticos con números y el segundero marcando el zumbido monótono de la calle, ese segundero solo era parte del decorado y si no te ayudaba en nada no tenías para que mirarlo, pero intuí que había algo mas ahí, algo mas macabro quizás, algo que escapaba a este día en particular o que sencillamente y sin pretensiones, lo ponía al frente mío, con todas las preocupaciones mundanas que acarreaba encima como un lastre.
Probablemente era un buen momento para encender la fuente de felicidad de esa segunda parte del día; saqué la cajetilla de una de mis bolsillos.

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A medida que comenzaba a notar los efectos, todo...las bancas barnizadas de verde, los guardias dando vuelta en círculos en sus carritos de golf, los carteles amarillos y los estacionamientos laterales iban a confluir al centro de la plaza como en una especie de agujero negro, no habían pichangas, solo unos caminitos de tierra, probablemente insectos y una que otra rata, algunas raíces que sobresalían en el terreno, un vejete en su andador y luego el monito de rojo en el semáforo anunciando que debía detenerme. Mientras pasaba revista a algunos acontecimientos del día me fije que en la esquina opuesta unos perros vagabundos lamían un bulto que empezaba a cubrirse de tierra y a formar lentamente una especie de escalopa.
Luego venía una parte del recorrido que me repetía todos los días, procuraba caminar por el mismo lugar, repetición que probablemente al verla desde afuera me molestaba, pero al hacerlo me daba cuenta, sobretodo al empezar a sentir los efectos, que instintivamente repetía los mismos patrones. Mi vista entre los árboles a ambos costados, marcando la separación con los autos que subían y bajaban por la izquierda y derecha y que lentamente se empequeñecían a medida que avanzaban.
Era un efecto de perspectiva simple pero que forzando la atención podía convertirlo en algo probablemente significativo...los postes de la luminaria pública ya estaban encendidos y los tres globos de vidrio en cada uno de ellos, parecían flotar, como suspendidos en un eje rotación propio. A medida que caminaba el halo de las luces parecía ampliarse y volverse mas denso, contrayéndose en dosis mínimas como esponjas, eran las 5:38 según vi en un reloj de una tienda y sentí ganas de acostarme, un segundo, un momento en falso de asimilar todo lo que me rodeaba y la nube de humo que provocaba esa construcción con una promo que no alcancé a leer, fila de micros, la boca del metro, fila de hormigas al borde de la canaleta llenándose de polvo con el trotador en tenida deportiva viniendo en sentido contrario, baje un momento la vista y luego la subí de nuevo muy rápido y entonces el efecto en la perspectiva se aplanaba y llegaba la siguiente calle que era por donde tenía que doblar.
Bloques de cemento apilados en el piso, otro hombrecito electrónico rojo diciéndome que tenía que parar. Al frente, del otro lado de la calle, un ejecutivo con su portafolio hablándole a su celular, al lado suyo, una mujer con delantal celeste llevando un coche, el trío sumando al bebé , me provocaron un estornudo fulminante y sorpresivo como un espasmo que apenas alcancé a ahogar entre las manos y que me impulsó a moverme al tiempo que el hombrecito electrónico del semáforo cambiaba de color.
Cruzando la calle recordé que tenía que comprar cigarros, las últimas luces rojas en un cielo como una bóveda cubriendo la cordillera de una película perlada gris.
La luminaria pública repartiendo cientos de cables a los edificios, uno de los postes emitía pequeños destellos, estallidos intermitentes y cortísimos, estática, un zumbido con subidas y bajadas en su intensidad como si fuera una progresión que jamás llegaba al punto de fundido, un segundo de silencio y luego vi como una mosca estallaba al poner sus patas sobre el vidrio. Una mosca o un objeto diminuto negro que se detuvo en el vidrio y luego como si por algún contacto hubiera quedado completamente inmóvil, explotaba en millones de diminutos pedazos que se propagaban y perdían rápido en el entorno inmediato, como si todo en ese momento se hubiera combinado en un único punto de tensión, la bocina hueca, algunos movimientos de las placas de cemento que armaban la vereda mas la electricidad estática del farolito y la explosión silenciosa.
Una cuadra mas allá saqué algunas monedas del bolso, y empecé a ver mas claro los titulares de la prensa en el quiosco.
Femme Fatale reconvertida a mujer golpeada decía en una revista, al lado de una fotografía que le daba la espalda a la cámara, testimonio página 5.
Revistas de negocios asiática y el muro oeste empapelado con publicaciones del corazón.
El dependiente del Quiosco estaba sentado fuera del local en una cubeta plástica con números pasados del diario “la hora” actuando como cojín, miraba una tele en blanco y negro de pantalla curva, como combada hacia los bordes, las antenas torcidas provocaban que la imagen se llenara intermitentemente con granos de interferencia. Le pregunté si tenía cigarros y el asintió con un movimiento de cabeza y se dirigió hacia el cubículo repleto de publicaciones por fuera y totalmente oscuro por dentro. Me preguntó de cuales, yo le dije y después le pasé el dinero.
Mientras dejaba la cajetilla y el vuelto en la ranura que me pareció era la única apertura (a parte de la puerta) del quiosco hacia el exterior, pude ver los reflejos del parque pedro de valdivia, que era el lugar donde se cumplía la mitad de mi recorrido diario de vuelta a casa.
Con el vuelto compré un encendedor y me dediqué a hojear las revistas mientras se escuchaba el ruido de un avance noticioso en la tele, el Quiosquero ya estaba sentado de nuevo en la cubeta y juntos escuchamos al lector (en franca descoordinación me pareció con el cámara) mencionar a una velocidad insólita, todo en cosa de milésimas de segundo: el robo a mano armada, el asesinato de un rehén y el suicidio posterior de la esposa de la víctima quién no pudo soportar la violencia del interrogatorio...en este momento me confirman que estamos en contacto con el subcomandante Mario Galdamez de la prefectura oficial 94, quién nos tiene mas detalles.
Daba la impresión de que el lector no se detendría jamás y cuando se calló bruscamente, pensé que apenas el cámara dejara de enfocarlo seguiría hablando -por lo menos en su cabeza- y chocaría con el mesón, luego con los utileros, con los monitores para volver a hacer otra pregunta que no tenía nada que ver con la anterior, al tiempo que el comandante terminaba de fabricar la respuesta a su primera pregunta: La ciudadana Mariana Süskind murió en la madrugada de hoy, quiero aprovechar de desmentir ese rumor sobre la dureza del interrogatorio -el comandante reflejado en la tele en blanco y negro frunció el ceño- y señalar que su deceso se debió al horror en las condiciones del asalto, aunque no hay signos de violación, creemos que el antisocial mató a cuchilladas al marido mientras la mujer permanecía amarrada a una silla presenciando la totalidad de la escena.
Hay indicaciones de que este robo está ligado a una serie de otros anteriores, dijo el comandante y que probablemente estaríamos hablando de un serial killer dijo con el leve ceceo en la i, como apretándola y luego soltándola con furia.
Encendí un cigarro y fumé tranquilamente mientras me alejaba del radio de acción del Quiosco.
Al llegar al parque Pedro de Valdivia, saltó primero a la vista su puente, parecía la postal de una fábrica puesta en medio de la Antártida, luces embutidas al piso contaminando la atmósfera de granos que luego se funden con las plantas, universitarios temblando y riéndose en tonos agudos como de hienas en el paradero que los envuelve, en sus espaldas, la combinatoria de posibles micros que a partir de ahí tenían la posibilidad de no tomar. En el parque, dos tipos de alrededor de 45 años sentados en una banca conversaban en voz baja y luego miraban inquietos hacia los costados como si llevaran mucho tiempo esperando algo o alguien que se me ocurrió no llegaría. Enfoqué la vista en los peldaños iluminados desde el vértice hacia la contrahuella de la escalera que daba pie a la siguiente plataforma de cemento con la boca del puente cuya planta se podía imaginar fácilmente como una x: las dos posibilidades de entrada y de salida se cruzaban en el centro de un arco suspendido a alrededor de diez metros de altura sobre la calle pedro de valdivia. Miré hacia la izquierda, hacia el sur con la calle Irarrázabal y luego al norte con la calle 11 de septiembre, los peatones formaban racimos y las luces de los edificios parecían mozaicos sin orden aparente. Era la hora del día en que la calle pedro de valdivia se fagocitaba a si misma con puntitos de autos tocando sus bocinas, y esperando y luego avanzando algunos metros con cada cambio del semáforo.
Compresión sonora filtrada en algo por las ramas. Al lado de la subida del puente, había lo que me pareció -en mi ignorancia absoluta de los árboles- una piña gigante coronada por nubes densas y neblina, que ampliaban y contraían la aureolas de los cinco globos en cada uno de los postes de la luminaria pública.
En el punto intermedio de la subida, sentí como mi cabeza paseaba por un condesado del recorrido hasta ahora, caras, ruidos de motores, letras impresas, caos...la sorpresa de ver los asientos de hormigón construidos en obra desocupados y no ver a nadie mas conmigo, me devolvió al presente. Recordé una publicación del Quiosco, algo sobre el colapso del diario estrategia: 26 años, pensé, y no has logrado absolutamente nada,(se escucharon risas en algún rincón de la plaza) vives lleno de dudas inútiles, como por ejemplo el rechazo que sientes por tu nombre, o por lo menos por tu apellido (pre-requisito meritocrático esencial) herencia de un padre al que ni siquiera conocíste y del que solo supíste que fue (o es) un abogado y un borracho, dos cosas que, colocado como estaba arriba de ese puente, no me parecieron para nada excluyentes. Sigues comprándole tu fuente diaria de felicidad al Nelson, un dealer que curiosamente te dice que lo esperes al frente de uno de los colegios por los que pasáste como un fantasma y que llegaba ahora último a recogerte con toda su familia montada en un auto parecido a un Bote y mientras hablas algo del clima, haces el intercambio y luego quedas idiotizado en la vereda pensando que no tienes dinero para estas cosas pero que la inversión, después de todo, bien valía la pena...
Las risas continuaron en el mismo rincón del parque y cuando miré hacia el lugar desde el que venían, me tope con la publicidad del supermercado líder, la cara sonriente de una mujer en una afiche que no había visto antes que decía: estamos para servirle, siempre... totalmente desconcertado me di cuenta que un policía montado en su motocicleta compartía ahora conmigo sobre el puente, no tuve idea como había llegado ahí sin que me diera cuenta e imaginé una fastidiosa escena de credenciales o algo por el estilo, mi manera de vestir, no se...pero por suerte no pasó nada de eso, el policía, apoyando su mano derecha en el lugar que dejaba abierto el cierre de la chaqueta, (el dedo gordo apuntando hacia delante) aceleró su moto y yo aproveché de bajar hacia el otro lado, hacia ese lado del parque con esculturas de piedra y la pileta reflejando a una pareja de enamorados veteranos, al costado de una cascada provocando distorsiones en los reflejos sobre el agua, movimientos que hacían ver a la pareja como si estuviera modelada con plasticina por un ciego o por algún epiléptico que entrega su tiempo a manualidades.
Me detuve a mirar las moles de piedra, todavía indeciso a llamarlas esculturas, no me decían mucho...pensé...Encendí otro cigarro mirando una acumulación de moscas en torno a lo que parecían ser restos de comida ya cubiertos de una capa de tierra y las manos vacías de entrada y los carritos con bolsas y bolsas de salida del supermercado líder, dando paso a los siguientes de una fila que aparentemente no se detenía jamás. Los enamorados veteranos seguían besándose y ese fue el momento en que me di cuenta que había un papel pegado a uno de los postes eléctricos.

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Me acerqué y lo leí: El Centro Neurobiológico Binorma (Neurobiología aplicada) se complace en invitarlos a su primer año en activo, nuestro director mas dos invitados clave en la gestación de este centro de investigación, hablarán sobre la experiencia de levantar y poner en marcha este club. Luego había una dirección, una fecha: hoy y una hora: las seis y media de la tarde.
No conocía el lugar, jamás había escuchado hablar de él y tuve la reacción instintiva de desechar la invitación como quién desecha esas papeletas con perritos perdidos o algo por el estilo, Pero me di cuenta que la dirección se me había quedado grabada, conocía la calle era unas pocas cuadras mas allá y quedaba de camino a casa.
Neones rojos en los vértices del cine. En la vereda, las mesas exteriores de un bar.
Luego una gigantografía con dos actores mirando a cámara bajo el título de una película que no había visto llamada: “moneda de curso local” que según leí en el afiche, estaba basada en un relato de Don deLillo. Adentro estaba el dependiente -que cada vez que te vendía una entrada, te miraba con una expresión que nunca podía decir si era inteligente o astuta o el colmo de la imprudencia- intercambiaba frases con un compañero y se paseaba inquieto por la antesala.
Alguien tomando un sorbo de una taza, lento, y luego replicando a algo que le acaban de decir. Espero que vengan las luces amarillas de un auto y luego que pasen las rojas y cruzo la calle de adoquines. El día seguía en mis hombros y quizás de alguna manera había logrado obviarlo con la fuente de felicidad, con la subida pero ya casi extinta bajada, pero palabras como banalidad y ajetreo mundano se reían de mi en mi cara.
Recordé el puente Pedro de Valdivia, a alguien alguna vez se le había ocurrido sobre una mesa de dibujo, que la mejor forma de cruzar la calle que tenía el nombre del fundador de esta ciudad, era con una x, una tachada en los planos y un lado se unía con el otro de la plaza, una idea de quién sabe quién pero que a mi me pareció funcionaba, un puente que resistía los embates de la ciudad, toda esa irradiación contenida en una ciudad, su fatiga de material, todo lo que queda resonando y lo que no; de un departamento fabricado con ladrillos, vino la imagen de alguien removiendo unas cajoneras.
Me entretuve mirando la vibración que producían las aspas en movimiento de las ruedas que avanzaban ahora mas rápido por la calle Bilbao, el contraste temporal entre los autos que subían y bajaban era mínimo.
Señalizaciones, un disco pare o podía ser un ceda el paso, el servicentro con la nueva promoción de frituras y gasolina, autos haciendo cola en cada bomba. Vendedores de flores y payasos entregando su tiempo por unas pocas monedas, el payaso se tropezaba intermitentemente con zapatos cercanos al metro de longitud, pero luego de cada semi caída, levantaba ambas manos y reía estrepitosamente haciéndolo ver como parte de el show estelar en medio del frío polar que hacía y que formaba vahos con la respiración.
Al llegar a la calle de ese centro, me pregunté si era necesario replicar la trayectoria de todos los días y seguir caminando a casa, y la respuesta instantánea fue que si, que la costumbre me gustaba, o mejor, que la costumbre era algo sano...volver a la privacidad después de un día agotador y repleto de rotativos innecesarios, lo que mejor resultaba siempre era llegar, desconectar el teléfono, poner música y moverme a través de una pieza sin muebles. O sentarme en el escritorio y enchufarme a algún teclado.
Probablemente la charla sería un fiasco o la cercanía de una universidad al llegar a la calle de ese centro no auguraba ni una sorpresa: tal vez todo lo contrario. Mientras mis manos se movían sin motivo aparente de adentro hacia fuera de los bolsillos, releí en mi cabeza la frase del día del diario mas importante de la capital, periódico al que solo estaba habituado a sus portadas y donde al parecer no despedían nunca a nadie como le escuché decir alguna vez a un amigo que trabajó ahí, solo nos rotan de sección cuando nos portamos mal y ya, me dijo... una empresa gigantesca y burocrática como las socialistas de antaño (o liberales o capitalistas que mas da) ninguna sorpresa como esos enormes imperios monopólicos en el siglo pasado. La frase era de la presidenta: “Suena feo que yo lo diga, porque soy mas bien gordita, pero tenemos que dar el ancho” dijo y en un segundo de mirar a las tiendas comerciales, paneos de los otros peatones y el tráfico, pensé, a pito de nada... que este país no era ancho sino que largo, y quedándome confundido (pensando que en el fondo yo estaba con ella, o con la izquierda) entré a la calle donde supuestamente quedaba ese centro.

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El número 224, casas pareadas y antejardines, llegué al 293 y vi que no había nadie en la puerta, rejas de fierro negro, luego una puerta abierta, alguien en la entrada que en ningún momento vi hasta que lo tuve encima me preguntó si venía a la charla y yo asentí, cuando me alejaba, escuché que afirmaba o preguntaba en voz muy baja: ...porqué?...
La casa, como todas las pareadas, compartía un muro completo con otra exactamente igual pero al revés, si mirabas de afuera, esta compartía su lado izquierdo, pero el derecho y solo lo notabas cuando ya estabas muy cerca de la puerta, había sido reconstruido por completo, casi como si la casita estilo inglés, (que imaginé ocupaba el terreno antes, al ver los otros ejemplos de la cuadra) la hubieran derrumbado con una única idea en mente, construir contrastando, hacer exactamente lo opuesto a lo que había antes, pero aún así acoplándose, donde había flecos y florituras en la construcción anterior, aquí había hormigón a la vista con claros signos de humedad y desgaste y todo lo que era ergonométrico en la casa de al lado, recto y preciso, aquí era curvo y torcido pero también armónico, impreciso, erróneo quizás.
El muro que colindaba con el otro lote de terrenos, estaba tapizado de enredaderas, y luego enfrentando a una puerta holgada, vi que habían plantado un limonero.
Al entrar me encontré con un corredor que cruzaba la casa por completo e iba a parar a un patio trasero, había puertas a ambos costados del pasillo que tenía alrededor de 6 metros de ancho por dieciocho de largo, estampado de fotografías adheridas al material como si fueran una capa de estuco, con una lámina de vidrio opaca que al momento de mostrar las fotos, reflejaba apenas las luces del pasillo que me pareció eran tubos fluorescentes detrás de salientes de hormigón.
No había nadie en el pasillo y al no saber hacia donde tenía que ir, me dediqué a mirar una fotografía: cinco personas mirando hacia un objeto que el camarógrafo no nos deja ver, tenía un pequeña inscripción mas arriba, la leí: (de derecha a izquierda) los arquitectos encargados de la remodelación: Federico Ellis P. y Mauro Mardónes M. El jefe de obra: Joselito Lóbregas, Michelle Pepe (eléctrico) y el primer director y fundador del centro, T.L. Gómez.(1963-2003).
Vi que había un cenicero en un pedazo de hormigón que salía del muro como un alero donde también habían unos frascos con fetos en formaldehído, me fijé en especial en uno, hermanos siameses unidos por la cabeza. decidí encender otro cigarro y templar mis nervios con un poco de humo al sentirme cada vez mas fuera de lugar. Justo al lado de la primera fotografía había otra que no era precisamente una imagen sino que tenía impreso números, la inscripción decía: ellos sustraen y adicionan: (1,3,9,27)

1=1 11=9+3-1 21=27-9+3 31=27+3+1
2=3-1 12=9+3 22=27-9+3+1 32=27+9-3-1
3=3 13=9+3+1 23=27-3-1 33=27+9-3
4=3+1 14=27-9-3-1 24=27-3 34=27+9-3+1
5=9-3-1 15=27-9-3 25=27-3+1 35=27+9-1
6=9-3 16=27-9-3+1 26=27-1 36=27+9
7=9-3+1 17=27-9-1 27=27 37=27+9+1
8=9-1 18=27-9 28=27+1 38=27+9+3-1
9=9 19=27-9-1 29=27+3-1 39=27+9+3
10=9+1 20=27-9+3-1 30=27+3 40=27+9+3+1

De alguna manera, este alarde o timidez, según quien mire, me hicieron sentir algo incómodo, los fetos eran bellos, estética de lo sórdido, pero bellos y extraños, me gustó en ese momento que no hubiera nadie, daba la sensación de esos museos donde van a dormir (y en el fondo a morir) ciertas piezas llamadas arte que descubren en los museos su lugar de degradación.
El lado derecho del corredor, conservaba el muro de ladrillos de la construcción antigua que colindaba con la casa del lado, me gustó que en algunas hendiduras y subdivisiones del ladrillo hubieran puesto tubos de iluminación diminutos de un rojo parecido al color del ladrillo. Me imaginé el contraste con la otra casa que alcancé a ver tenía flecos en las cortinas de las ventanas, probablemente un comedor de madera con la once servida y unos vasos de jugo en torno a una familia tomando once.
Justo antes de llegar al otro extremo del pasillo, me encontré el mismo cartel de la plaza, el mismo fondo negro con letras blancas y supuse que estaba frente a la puerta del auditorio, lo confirmé, leyendo la inscripción al lado de la puerta que decía: Auditorio “E.Colaterales”.
A la derecha, un ventanal abriendo la vista hacia el patio trasero, un plano de enredaderas y arbustos secos, enrojecidos por la neblina y la apariencia de lluvia. Pensé que la razón por la que me gustaba pasar todos los días por ese parque, no tenía nada que ver con algo relacionado a la vida natural ni verde sino que al efecto dilatado que provocaba el contacto del ruido de la ciudad con las ramas de ese submundo todavía precariamente natural.
Llevaba tantas cosas en la cabeza que apenas me di cuenta de la puerta giratoria en la que estaba entrando, fue como si quedara vaciado de todo lo anterior, como si una de las cuatro subdivisiones de la puerta hubiera anulado en cosa de milésimas de segundo todo el ruido que traía conmigo desde la calle y solo quedara el sonido áspero del roce del canto de la puerta con el piso. Parecía una cámara a presión provocando el efecto contrario al que hubiera esperado, si todavía llevaba algunos rastros de estar colocado, al momento de salir de ahí, al momento de encontrarme en la misma posición pero justo del otro lado, ya no quedaba ningún efecto y me sentí inesperadamente lúcido.
El espacio que tenía al frente era una sala con sillas plegables que iban decantando en número a medida que se acercaban a un mesón con tres micrófonos, sus atriles y tres sillas vacías.
Habían alrededor de treinta o cuarenta personas y al mirar hacia las últimas filas vi una máquina de cafés, me dirigí hacia allá. Las caras de las personas apenas se veían con las pocas luces que había encendidas, una hilera de focos embutidos al piso y al techo de luces diminutas y dispuestas sin orden aparente. Recordé involuntariamente la imagen de mi habitación y lo que podría estarme esperando ahí, luego puse los ciento cincuenta pesos en la rendija de la máquina y elegí un café negro al que puse dos cucharadas de azúcar con una cucharita de plástico, al sentarme en uno de los asientos de la última fila vi que había algunas personas fumando así que decidí encenderme uno también mientras le daba sorbitos al café.
Los muros del auditorio eran ovalados y decantaban a medida que se acercaban al escenario provocando un extraño efecto en la hilera de luces que seguían su trayectoria y que se apagaban justo antes de llegar al mesón del escenario, eran alrededor de 19 filas de sillas y una mitad completa del ala norte estaba cubierta por ventanas que daban a un patio interior parecido a una cajonera de un par de metros de ancho que solo estaba abierta por arriba y que seguía por el vértice del muro desde la mitad hasta del auditorio hasta el final que iba a morir tras bambalinas.
Seguí tomando de mi café a sorbitos mientras intenté aplacar una sensación de tristeza muy fuerte e inesperada, se escuchó el 1-2 1-2 probando. Unos técnicos conversaban en una caseta de vidrio que recién ahora me di cuenta que había, hacían entusiastas señas que podían significar cualquier cosa. Intenté mirar hacia todos esos detalles en los que no había reparado hasta el momento, pero en el escenario ya estaban las tres personas ubicadas frente a sus respectivos atriles de micrófono, desde donde vino un buenas tardes pronunciado por el que estaba sentado al medio secundado por un eco amistoso de los otros dos conferencistas, hubo un movimiento de sillas y miradas y se sintió una correspondencia apagada del saludo, se escuchó un acople y luego algunas señas desconcertadas de la caseta de audio, alguien bajó el volumen, lo subió de nuevo y el que estaba en el centro retomó la palabra. Hola, dijo, soy Marco Ramos, Neurobiólogo director de este centro y en vista de nuestro primer año en activo, hemos invitado a dos personas muy importantes en la gestación de este proyecto, Mauro Mardónes, uno de los Arquitectos encargados de la remodelación y Emilio Silva a mi izquierda, nuestro Economista asesor, quién probablemente nos hablará, creo, de como sobrevivir siendo una Pyme y de otras cosas quizás mas interesantes. Veo que ha llegado harta gente, dijo sin falta de sorpresa, por los parlantes pequeños que daban una sensación marcada de los bajos, vi que la mujer al lado mío ahogaba una risa entre las manos al ver como el Neurobiólogo arreglaba lo que a todas luces era un peluquín. Luego hizo unas señas—Manolito?, la mitad de las luces encendidas bajaron al mínimo en intensidad, dejando el salón casi en penumbras, iluminado básicamente por el telón de proyecciones del data con su color todavía inactivo azul y por tres ampolletas diminutas, embutidas a la mesa de los conferencistas en la base de cada uno de los atriles.
Lo primero dijo, es pedirles, como lo ensayé...durante el día, que guardemos 30 segundos de silencio en memoria del fundador de este centro, trágicamente fallecido hace algunos meses.
Quién de seguro jamás hubiera aceptado la moción de hacer de nuestros trabajos algo público, pero el director ahora eres tú...no?
Al Neurobiólogo le temblaban las manos, y mientras lo miraba pensé que si apagaban mas luces, no me costaría nada llevar a cabo una idea de cama y sueño profundo que primero vino a mi cabeza mientras caminaba por la calle.
Los treinta segundos fueron como un paneo de espaldas, brillo tenue de luces indirectas seguidas por sus respectivas sombras, una cara de perfíl en la sexta fila, pelo y las risas -insonorizadas por los paneles de vidrio- de los técnicos de audio que combinaban carcajadas con la confirmación de datos en algunos monitores, alguién susurró algo y luego vi como los restos de luz de la tarde terminaban por apagarse y caía definitivamente la noche, los conferencistas se mantenían quietos, muy educados, alguien provocó un ritmo incoherente con la suela de sus zapatos y el Neurobiólogo dijo, gracias, muchas gracias.
Toda la idea de esta charla y se me ocurriría decir también de este centro, se trata de hacer un uso discreto pero firme de nuestras neuronas alquiladas en permanencia...dijo, soltándose un poco el corbatín.
Mis ojos se cerraban con el zumbido áspero de un generador que dilataba progresivamente las palabras. Podemos subdividir el problema en dos, fue lo último que alcancé a escuchar antes de cerrar definitivamente los ojos y que el encargado de continuidad le dijera al escritor, que su narrador ya no era fiable.

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Mientras lograra olvidar que habían personas al frente siguiendo mis frases y gestos, todo iría bien, pensó el Neurobiólogo.
La idea del dúo es algo recurrente en la historia del siglo veinte, el yonqui metabólico de Burroughs lo dejó servido en bandeja con su despreciable personaje el doctor Benway...nada peor que matar la mitad del día con almuerzos innecesarios, dijo el Neurobiólogo ante los asistentes que lo miraban con muecas de no entender absolutamente nada. Jamás el auditorio había tenido tantas sillas ni tantas personas que se veían como en penumbras con el reflejo azul del telón de proyecciones.
El dedo izquierdo del Neurobiólogo se puso sobre un teclado, un clic, pasó una diapositiva, un encendedor iluminando parte de la cuarta fila y el Neurobiólogo apretando un botón, luego apretándolo de nuevo y de nuevo; no sucedió nada.
En fin...dijo, en la literatura, flanco probablemente de las mentes mas capaces y mas aptas para ahogarse en vasitos con agua, vemos el desenvolvimiento de una de las áreas a mi gusto mas interesantes de nuestro sistema nervioso, las áreas de Broca y de Wernicke y su flirteo con el lóbulo temporal; ensamblaje de nuestros movimientos neuronales aleatorios y las respuestas que necesariamente intentamos dar a lo que nos rodea, dijo el Neurobiólogo entrelazando ambas manos.
Cuando era joven, yo también solía ahogarme en vasos con agua, el miedo y de seguro la inexperiencia me dejaban la mayor parte del tiempo solo, borrando los rastros poco placenteros de la interacción demasiado astuta a mi entender entre los seres humanos, manía compulsiva que no se me quitó en la universidad, y creció al salir y darme cuenta de la farsa, presenté un proyecto a subvención estatal con el único propósito de ser constructivo, de que con mas tiempo y dinero podía realmente aportar a la sociedad...pero no resultó, de hecho ahora que me acuerdo de la cantidad de papeles que tuve que llenar y luego timbrar, hizo que el proceso se fuera diluyendo al punto que en todo momento me pareció que los funcionarios desganados, solo jugaban a ser funcionarios desganados y yo mas idiota aún, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones, el olor a naftalina sedaba mi capacidad de ver claro.
Luego me volví adicto e intenté escribir mi autobiografía, ¿y porqué no?, pensaba, estudiaste neurobiología, interiores de otros cuerpos, llegó la hora de empezar a buscar adentro del propio, y al escribir me di cuenta que no mantenía contacto con nadie de los que habían compartido conmigo los años de formación. en mi tiempo libre, combinaba ese hobbie con estudios de una rama de la lingüística llamada Morfología, área que se encarga de los patrones de formación y cruces del lenguaje.
Solo años después me di cuenta de cuan provechosa fue esa época, experimentar con ciertas drogas y el lenguaje mientras por el día me dedicaba al estudio clínico del sistema nervioso, algunas autopsias y los síntomas que provocan la náusea.
Intentaba vivir una vida de desprendimiento, un asceta, los objetos que posees son tu jodida prisión me decía, mientras escribía fumando como un maníaco, pero la verdad es que mis escritos eran una mierda, dijo acercándose abruptamente al micrófono y provocando un acople que resonó como un pitido ensordecedor, escribir requiere dedicación absoluta y yo me amanecía en el hospital, por lo que no tenía en realidad tiempo para tomármelo en serio.
De alguna manera el acto de escribir me parecía aterrador, sellar pensamientos en tu cabeza en base a la repetición, cuando en general es mucho mas sano olvidarse, que eso se diluya en respuesta a la llegada de nuevas experiencias e hipotéticas certezas.
Con la droga no existe mas que tu cabeza, la que momentáneamente
se desliga de los extremos y cuando ocupas esa especie de densidad
que le dan al tiempo, los resultados parecían condensados en un espacio
diminuto, una especie de hoyo negro donde iba a perderse todo.
Me propuse canalizar la transformación que por momentos sufren los objetos; la palabra armonía y la palabra equilibrio, decaen y prenden al punto de pensar que jamás podremos equiparar su esplendor y la llegada a una especie de peak sensorial que sabemos (lamentablemente -aunque la noción de tiempo pierda y diluya por completo sus connotaciones normales y la cotidianidad muestre una cara renovada y autónoma) que el efecto dura muy poco. Luego viene ese convencimiento tan inocente de que el tiempo terminará por arreglar las heridas, que el tiempo trae consigo futuros esplendores que por misteriosas razones jamás se cumplen.
Aquí podemos verlo en la fotografía que debería aparecer en este momento en el telón de proyecciones, pasó un segundo, luego otros, varios mas, hasta que el Neurobiólogo levantó los brazos débilmente en señal de protesta, hizo unas señas, que pasa con el switch, susurró por el micrófono y luego, como si alguien prendiera y apagara una luz, apareció la imagen de un cerebro disectado al lado de una progresión de números, Aquí vemos uno de nuestras investigaciones sobre la plasticidad cerebral, dijo el Neurobiólogo, dos veces al año, hacemos un estudio comparativo, luego un recuento y archivamos, generalmente nos encontramos con sorpresas que cuando recién hicimos la investigación pasamos por alto, generalmente el tiempo deja otras evidencias o quizás sea solo nuestro deterioro orgánico personal, no lo se, pero por ejemplo la primera vez que nos encontramos con este caso, apenas lo desechamos como un común estado de muerte natural, todo apuntaba a alguien normal, una vida común, apagada podemos decir por la pequeña hendidura en el córtex frontal, o por las deformidades en el hipotálamo, que funciona como un termostato: Cuando tu habitación está demasiado fría, el termostato transporta esa información al calefactor y lo enciende. En el momento en que tu habitación se calienta y la temperatura llega más allá de cierto punto, manda una señal que dice al calefactor que se apague. Pero en suma, podríamos decir un cerebro normal, hasta que un año después, y mientras nos organizábamos para clasificar nuestros trabajos, nos dimos cuenta que habíamos pasado por alto muchísimos factores en el estudio previo. Y todas las respuestas empezaron a darse en lo que hemos denominado; Urbanismo: una actualización. Pasaremos por eso, pero primero tenemos que darnos una pequeña vuelta.
Que tipo de iluminación tienen las construcciones, donde está la fuente, ¿hay una fuente? O cada boca con su ampolleta constituye una fuente en si misma?
El centro tiene algunas elecciones obvias, las luces en general marcan los recorridos, luces cenitales y luces embutidas al piso, las demás de ambientación tenue, y este fue el lado mas extraño para los contratistas en los planos de iluminación de los que tuvieron que hacerse cargo, y que dejó Gómez como su contribución personal, lo demás fueron colaboraciones, pero este fue su jugada propia, como ocupar la electricidad era la preocupación mayor en sus últimos días, dejar de lado el estudio de enfermedades, de diagnósticos y cosas propias de neurobiólogo y ver que pasaba en el exterior. Luces aleatorias que provocaban esta atmósfera general como si estuviéramos en una era rupestre, como las cavernas de Lascaux en la época donde el fuego venía a cumplir el rol necesario de ambientación y eliminación de la humedad, dar calor para las familias o a hombres solitarios, las cuevas provocan los ecos y las sombras alargadas que tanto quería Gómez replicar en este centro, luces que en conjunto dan una atmósfera media tétrica, me parece.
Y el Dimmer, como le llaman los especialistas a ese sistema que ocupas para graduar las diferentes intensidades, no se ocupa en este caso de la luz, esta siempre cambia según que combinación produce con las otras luces en ese momento encendidas, digamos, un cambio cromático, sino que modifica la sensación térmica, como si pudieras agregarle mas leña a un fuego sin agrandar la llama, potencia invisible, el estudio mas que variaciones en la luz, necesitaba variaciones en la sensación térmica, por lo menos eso era lo que creía Gómez, y nosotros con el respeto que nos merecían sus primeros trabajos y sus primeras investigaciones, pero con la duda de la excentricidad de sus últimos, lo seguimos , ahora podemos decir que estaba completamente equivocado...sus ideas y lo hemos comprobado estudiando la respuesta que tiene el centro con su entorno, es que este lugar es asombroso, pero lejos de serlo para los humanos que lo habitamos, su idea responde mucho mas a pequeños habitáculos óptimos como ecosistemas para insectos...han visto como esos organismos construyen sus espacios?
Pero lo que si le podemos conceder, dijo el Neurobiólogo, fue su enorme instinto hacia una economía de los fluidos, luces que no alcanzaban a apagarse del todo cuado había otra cercana que absorbía el efecto y la primera podía diluirse como un tenue cambio atmosférico. Estudios de superficie, y análisis en base a una trama orgánica pero precisa de los lugares que requerían iluminación y a cuales solo les faltaba como proveerse de las mezclas que se producían en la ambientación general con los rayos incidentes y reflejados, la misma base conceptual de las estructuras matemáticas mínimas, generalmente basadas en membranas con su fuerza en tensión, llamadas si mal no recuerdo estructuras sinclásticas, el mayor esfuerzo con la menor cantidad de material.
Pulsos eléctricos en el aire y sus resonancias en el tiempo, fueron las últimas investigaciones que Gómez realizó, la pupila, decía, hace la mayor parte del trabajo en completar el efecto...pero ya lo creías, o por lo menos había una voz general en el centro de que ya estaba un poco pasado...
Son las lámparas las que nos hacen creer que tenemos control sobre la luz artificial, pero lamento decirlo, eso no es así, a diario veo casos, estudio cerebros y hago autopsias, por lo menos superviso algunas y les digo: los cerebros se queman, se funden al igual que las máquinas, claro de una manera un poco mas sofisticada que digamos, un reloj o una ampolleta, pero eso, con los años ya no me queda tan claro...
Podemos por lo menos establecer diferencias con esas máquinas en el diagnóstico de la falla, un motor de auto lo aceleramos mucho y se funde, por ejemplo, las máquinas dan parámetros mas primitivos para entenderlas, pero con el cerebro, el proceso es mucho mas misterioso... si se quiere, las respuestas son siempre aproximaciones, podemos incluso decir, a un cerebro lo forzamos mucho, lo llevamos a un nivel de tensión tal que sin darnos cuenta, puede colapsar fácilmente, o quizás funcionar mejor.
Las últimas preocupaciones de Gómez también pasaban por la ciudad, por ese enorme espacio común. No entiendo nada, le gustaba decir, nadie puede pretender que un ser humano que nace, recién salido de la placenta, salga a lo que le hemos construido y pueda decir que tiene herramientas naturales para entenderlo o asimilarlo, quizás las básicas de la competencia siempre están presentes, eso viene enchufado en la sangre, por ponerlo de alguna manera...pero a Gómez le preocupaba su entorno, como las luces naturales o mas bien las pálidas sombras que los edificios reflejaban de esta y luego con todas las creaciones de la luz artificial que usaban para ambientar los espacios; sale el reptil del mar, evoluciona, se convierte en un monito después de muchas fases y ese monito no es muy diferente a la hora de nacer que cuando todavía éramos primitivos, Gómez creía fielmente en la experiencia, todo se iba aprendiendo en el camino, y esas cositas que no sabían nada de nada con la confusión que tenían frente a sus ojos, era muy fácil que se perdieran como usualmente ocurría, pero ellos no se perdían, lo mas probable es que lograran con el tiempo, con esa mezcla de errores y aciertos que son lo que sucede en general en una vida, hacerse un espacio en la realidad, trabajar, ganar su dinero, tener una familia...todo eso.
Entonces tenemos un niño, con sus sensaciones, una cosa divertida en medio del océano, en medio de un mundo extrañísimo con sus luces, todas esas luces, dijo el neurobiólogo cerrando los ojos, piensen en la actividad cerebral de ese niñito rodeado de esas luces que el en ningún momento ha decidido poner.
Luego sus primeras palabras, ¿se convierte en humano después de esto?, a veces si, otras deambula eructando como sus amigos o eructando como una orangután, entonces esas veces no...pero así es el juego, hemos visto las diferencias aquí en el centro, o por lo menos eso hemos intentado hacer de manera orgánica, de manera biológica.
pero eso no quitaba que en el fondo siguieran siendo primitivos, dijo el Neurobiólogo con mas tristeza que una supuesta autoridad moral, quién podía decir claramente como funcionaba el celular que tenía entre sus manos y que era el aparato que mas usaba durante el día? o mas simple aún, como ocurrían esos extrañísimos efectos nocturnos que iluminaban lugares que de otro modo hubieran estado oscuros?, aceptaban todo con una naturalidad pasmosa, y podría decirles que en el fondo nosotros no somos muy diferentes. Las radiografías fueron el primer invento para observar el cuerpo de un humano vivo, pero eso con el tiempo se mostró parcial, necesitaban observar la totalidad de los órganos y no solo los óseos. Cada técnica tiene sus puntos fuertes; algunas con una resolución espacial excelente, pero con una resolución temporal mediocre o la inversa con toda la combinación posible de los diferentes parámetros. Por eso es que en general las modalidades se combinan para tener el mejor diagnóstico posible.
A Gómez le gustaba hacer modelos a escala en papel, plegarlos con sus manos. En fin un tipo sencillo, que en el fondo no le gustaba mucho la ansiedad que genera y que de seguro la mayoría de los presentes hemos experimentado con la espera frente a máquinas, creer que nosotros hacemos algo mientras es en el fondo la máquina la que lo lleva a cabo, le encantaba las nuevas tecnologías de visualización en tres dimensiones, pero lo que mas le gustaba hacer frente a un computador cuando se encontraba con uno era escribir, ocupar el teclado y mas que nada, golpearlo hasta agotarse, eran verdaderas sesiones de box, le encantaba el sonido de las teclas, ambas manos encadenadas en un ritmo común.
Y volviendo a la imagen, ahí todo lo malo que obtuvo un cerebro en contraposición a otros de su tipo, fue la luz a la que estuvo expuesto, nada mas, y que pasa con los otros sentidos se preguntarán ustedes, bueno lo que viaja mas rápido siempre es la luz, aunque también está el caso de los ciegos, pero ese no es tema de esta charla, aunque siempre me pregunto, dijo el neurobiólogo con una sonrisa, como será leer solo con el sentido del tacto, una asimilación mas lenta, mas corporal..., bueno... y después viene lo demás, primero algunas señales eléctricas o de energía solar que entran con cierta idea de ritmo, nuestro sentido del equilibrio asimila esos pulsos y luego coordinamos nuestros movimientos, el lóbulo temporal vibra, etc... La memoria archiva (o como quieran llamarlo) con un ritmo determinado y así podríamos seguir por horas.
Pero no tenemos mas tiempo así que muchas gracias...
Ah, pero me falta algo...dijo, la última herramienta con la que contamos aquí en el centro, se trata de lo que hemos llamado, “telescopio inverso”, muy parecido al telescopio normal pero en vez de ocuparlo para mirar al espacio exterior o las estrellas, su uso implica una ampliación hacia los puntos mas reducidos de la materia con rangos de visión mas detallados que los que nos daban antaño los microscopios electrónicos aún cuando siguen funcionando a través de electrones y lentes cóncavos y convexos pulidos de una manera que ahora no viene al caso detallar y que combinados con diminutos sensores en el tubo nos permiten ampliar hasta mil veces el objeto observado, dijo el Neurobiólogo como excitadísimo y también un poco alienado, saltándose lo que ocurría en ese momento en el auditorio, creyendo realmente estar viendo esas distancias microscópicas que provocaban en su rostro un efecto estrábico, compulsivamente blindado de lo que no veía, a saber, la primera fila un par de metros mas adelante, luego la segunda y así, ni tampoco una jarra de agua que rozó apenas y que cayó como en cámara lenta, muy lento hasta romperse con un efecto cristalino, vagamente musical, sobre el computador portátil instalado en el mesón. El Arquitecto emitió un franco sonido de dolor por el micrófono, mi computador, dijo.
Hubo un pequeño cortocircuito y el data cambió la foto por el azul que indicaba inactividad. El Neurobiólogo volvió en sí, y tarde, tardísimo hizo un ademán como si todavía pretendiera agarrar la jarra en vuelo, al tiempo que el líquido seguía entrado al interior del panel del teclado, dejando un reguero de gotitas que seguían el recorrido cuadriculado y se iban a instalar en los circuitos ante la mirada aturdida y rabiosa del Arquitecto.
El Economista, del otro lado de la mesa, consultaba anotaciones en las hojas que tenía desparramadas sobre la mesa y un murmullo de preocupado recorría el público y los técnicos en la caseta de audio ahogaban unas risotadas con el pretexto de cubrirse con los monitores que irradiaban datos en sus caras de zombis.
El Neurobiólogo sugirió que lo apagaran y lo volvieran a prender, pensando quizás que el motor de partida podía de alguna manera dispersar y anular el efecto del líquido, algo un tanto ridículo pero lo dijo como si con ello propusiera al lo menos algo. El arquitecto, que temía que si lo apagaban su computador ya no cargaría mas, se quedó en silencio, el Economista, ya algo fastidiado les dijo que lo olvidaran, que podían continuar sin el computador, lo que pareció sacar un peso de encima al Neurobiólogo, pero que pareció realmente ofuscar al Arquitecto, mi parte se compone casi exclusivamente de imágenes , pensó, pero intentando mostrarse fastidiado hacia fuera, Manolito!, Manolito, llamó el Neurobiólogo por el micrófono, mientras que los murmullos del público se convertían paulatinamente en conversaciones y también en algunos casos, en deserciones.
Que venga el switch!, exclamó el Neurobiólogo, pensando en como Gómez se removería en su tumba de la risa pensando en el espectáculo que se habían montado.
Apareció un tipo flaco, con el pelo cortado a machetazos al que el Neurobiólogo le pasó el computador y le dijo que se lo llevaran a algún lugar donde pudieran secarlo bien, y donde procuraran que volviera a funcionar con normalidad.
Al arquitecto se le había desencajado un poco la cara, su pelo estratégicamente revuelto, ahora parecía darle un toque humorístico a su estudiada indiferencia.
Es una pena...dijo el Neurobiólogo, dándole unas palmaditas en la espalda, el Arquitecto hizo una seña que podía significar cualquier cosa.
Me gusta el azul titubeo el Economista, algunas personas se removieron en las primeras filas y el azul, quizás porque clave indescifrable que el economista hubiera sorteado por azar, probablemente una falta de energía o del ya definitivo paso a otro estado, adquirió un tono de azul mas oscuro y mas intenso que tiño todo el auditorio provocando que el Neurobiólogo todavía contrariado, dijera: ¿continuamos?.
Un alivio, pensó el Economista, el computador afuera y con ello el fantasma de la espera y el desperfecto.
El Neurobiólogo consultó su reloj, los punteros le señalaron las siete quince, llevaban alrededor de treinta minutos y en ese momento al darse cuenta de algo que ni a él le quedó claro, sintió una oleada de placer súbito, vio de nuevo el blanco inmaculado del teclado haciéndose agua, imaginó el aparato del que estaba hablando antes del impasse y se imaginó una ciudad en miniatura anegándose por un maremoto irreversible, el placer súbito se traspasó a culpa, pobre Mauro, pensó, es un buen tipo, esforzado, un buen profesional...
Perdón, perdón, dijo el Neurobiólogo, bueno íbamos si mal no recuerdo en esas fastuosas distancias microscópicas y al parecer para mi irremediablemente invisibles.

El Arquitecto encendió un cigarro, la perspectiva de sobrevivir al mundo sin su computadora parecía ensombrecerlo al punto de que su reflejo desde afuera parecía el de un ser atormentado o simplemente re-dibujarlo en el papel de la victima...
El Economista seguía consultando sus apuntes y haciendo continuamente anotaciones al margen, ya entregado de lleno a no tener que hacerse cargo de lo que pasaba en ese momento en el auditorio.
Se veía como estaba de furioso el arquitecto, era imaginable, su herramienta de trabajo, todos sus archivos, posiblemente el trabajo de años, desapareciendo hipotéticamente ante sus narices aunque también estaba la noción de que podía no haber pasado nada, se sintió furioso igual, vio de nuevo la funesta escena tiñendo su teclado que compulsivamente limpiaba todos los días con pañito húmedo como decía en la claúsula de compra...y lloró por dentro al pensar en todos esos archivos (que en el fondo sabía que no eran mas que una puta mierda) que probablemente quedarían borrados para siempre y que ahora, justo ahora adquirían una importancia insólita, todo su tesoro en esos archivos aún cuando en realidad no eran mas que ejercicios fallidos en innumerables tiempos muertos. Esos trabajos que jamás tomó en cuenta y que ahora veía como irremplazables...

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Desperté inquieto... sentí que alguien me tocaba la mano, era mi otra mano...
Miré hacia el frente pero no vi nada, una película nublada y como de granos parecía haberse tomado la superficie de mi córnea, me refregué los ojos con ambas manos y de a poco comencé a ver un poco mas claro. Reflejos en los marcos de las sillas plegables, las caras y cuerpos de los tres conferencistas sobre el mesón de proyecciones y gestos del que estaba al medio que propagaba por los altoparlantes algunas palabras disueltas en mi completo desinterés, me sumí en distracciones como mirar a los demás asistentes sus perfiles oscurecidos por los focos indirectos de los vértices y el mismo azul en la pantalla que dejé antes de quedarme dormido, me pregunté se habrían proyectado algo en mi ausencia.
Volví la vista hacia el escenario al tiempo que el Neurobiólogo se despedía mirando a las primeras fila con ánimo inquieto.

El Arquitecto sintió que esa era su última forma de contacto con el centro. El siguiente paso fue pensar que no podía dar su brazo a torcer, tenía que cumplir con su parte y convencer a los asistentes, de las decisiones constructivas que habían tomado para llevar a cabo el centro, no podía dejar que el incidente, que a estas alturas le pareció que si no fue hecho a propósito por parte del Neurobiólogo, por lo menos era de un simbolismo aterrador, fueron los computadores, máquinas que antes de la construcción del centro Gómez apenas usaba, lo que terminaron por zafarlo, por provocar que le diera la espalda a todos esos problemas apremiantes por los que pasó el proyecto en su gestación. Siempre le había parecido al Arquitecto, que el Neurobiólogo era un tanto ridículo en su relación con los computadores, sobretodo en esta época tecnológica, los veía de alguna manera como enemigos, compulsiones que distraían de la cotidianidad o ya francamente se volvían por completo tu cotidianidad, en fin...que también era verdad que el Neurobiólogo era un vejete ya en las últimas y el computador, por lo menos para el, era una herramienta esencial.
Esta es mi última forma de contacto con este centro, pensó el Arquitecto, Gómez siempre me había parecido un poquito excéntrico y le cansaba recordar el período de construcción, como Gómez a sus escasos cuarenta años, iba perdiendo todo interés por las cosas que el empezaba a ambicionar con entusiasmo a medida que pasaban los años...La comunidad, la gente, el sentido de barrio pensó, en suma la política... intentó descartar con un movimiento de manos la palabra que le vino a la mente después, que era cinismo.

Pensé que había una especie de urgencia en la voz del arquitecto, una premura por no equivocarse, por parecer inteligente, didáctico.
Frases rápidas mordiéndole los talones a las siguientes, su tono de voz, intermitentemente subiendo octavas, hasta que finalmente se detuvo para tomar el aire, se distrajo con algo y como si un retorno inesperado le devolviera en diferido todo lo que acababa de decir, que para la mayoría me imagino de los que lo escuchábamos, era a todas luces ininteligible, se sonrojó levemente e hizo un gesto que parecía decir, ok...todo de nuevo.
Hizo un par de comentarios inteligentemente divertidos que lo hicieron sentir mas tranquilo a la hora de continuar: Siempre me pareció que un Auditorio, como parte de un centro donde se practica la Neurobiología, dijo podía causar movimientos mentales inquietantes en sus ocupantes. pero no me imaginaba que sería yo, el que después de pensarlo en mesas de dibujo o al frente de un computador, el que estaría pasando por esos movimientos mentales inquietantes.
En mi turno pienso hablarles sobre mi experiencia y de cómo finalmente fueron superados todos los problemas técnicos y pudimos sacar este proyecto adelante, sobretodo con clientes, como ponerlo... tan excéntricos como Gómez de quién ya les habló mi amigo Mario, sobretodo tomando en cuenta las investigaciones que llevan a cabo en este lugar que hasta el día de hoy no acabo de entender.
Parte de nuestra experiencia con Gómez, al momento de ya tener la certeza de que no haríamos cargo de este Obra, (porque lo dices con ironía, si te gusta esa palabra) fue que básicamente tendríamos que lidiar con un cliente difícil, sus preguntas, sino absurdas, siempre se basaban en el detalle, que tipo de desgaste tenía ese material o como filtraba la luz del día este otro, miraba los planos y me acuerdo que no entendía nada, háblenme en tres dimensiones nos decía, pero si ahí están contenidas las tres dimensiones le decíamos, pero el jamás se mostró convencido con los planos, la idea de planta es solo un asunto de valoración de línea nos decía después de la primera medida de urgencia, que era sacar una botella de vino de la que el jamás tomaba, la idea de una persona moviéndose por ahí apenas cabe, nos decía mientras servíamos algunos vasos. Diferentes son los mapas, nos decía y yo me daba cuenta con mi socio, que pasaba otra reunión mas y estábamos peor que al principio.
Pero el panorama cambió cuando conversamos sobre una imagen que lamentablemente no podremos ver, dijo el Arquitecto con una sonrisa incómoda, algo parecido a una concesión con Gómez a partir de esa imagen, a él no le gustó nada, pero creo que entendió lo que intentábamos decirle con ella, necesitamos empezar a trabajar, pareció resonar en nuestra oficina y desde ese punto tuvimos un intercambio mas fluido.
El Neurobiólogo escuchaba mirando la caseta de audio con los técnicos de nuevo enfrascados en una discusión insonorizada por los paneles de vidrios que los separaban del auditorio, que pasaba paulatinamente de los gritos a las manos.
En la tercera fila algunos médicos internos escuchaban tomando notas, había una oleada general de espanto ante la resolución de algunos detalles arquitectónicos.
Algo se estaba escapando de las manos, pensé en un segundo en que las palabras del arquitecto no se escucharon en ninguna parte, máquinas parlantes, tres sentadas en un mesón de conferencias. Paneles plásticos, el switch moviéndose tras bambalinas hace unas señas con el brazo en el lenguaje de los sordomudos, como si estuviera cortándose la garganta en señal del que el asunto no va mas... Minimalismo aspiracional repetía el Arquitecto fuera de cámara esperando algún tipo de retorno, luego todo se fue a negro.

Las luces retornaron después de un par de minutos, alguien tosió en alguna de las corridas de sillas plegables.
El arquitecto continuó: Los Laboratorios del centro, fueron probablemente lo que nos tomó mas tiempo y la mayor cantidad de ya francas peleas a gritos con Gómez. Son en total cinco y cada uno destinada a un área de investigación específica. La primera en concretarse fue la que me dijeron ahora se ocupa para el estudio de lo que ellos llaman, “urbanismo del sistema nervioso”.

En la cuarta fila hubo un movimiento, pensó el Neurobiólogo, ¿por qué siempre en la cuarta?, ¿estaré viendo bien? ¿Que está hablando el arquitecto?, fantasmas...

Hay un laboratorio que aquí han dedicado al estudio del comportamiento de partículas minúsculas previamente electrificadas, que podría nombrar como mi favorito, dijo el Arquitecto, hoy mismo lo vi, tenían instalados un par de medidores en muros opuestos pero no paralelos donde dejaban que rebotara la señal, cada tanto variaban la inclinación de uno los muros y los datos iban quedando registrados en un máquina parecida un osciloscopio, generalmente monitorean desde otro lugar como si fuera un estudio de sonido, y a veces las investigaciones se llevan a cabo con alguna persona que es sentada en algún punto del espacio entre los muros, el que se convierte en un parámetro de choque y absorción, las señales pierden mucho al entrar en contacto con cuerpos humanos, me dijo uno de los técnicos la primera vez que estuve en esa sala, jamás pensé que la ocuparían para eso después de leer y releer miles de veces los planos.
También el centro cuenta con dos salas de reuniones, este auditorio y la cafetería, nos gustaría tener patios internos nos dijo Gómez la primera vez que fuimos a visitar el terreno, me gustan los muros de hormigón sin estucos y patios, eso, patios, decía Gómez...un corredor...
Pero puedo decir que ya había una voz general en los internos de que su director estaba de verdad pasado, a la tercera visita ya nos hablaba de las fundaciones y de los cimientos y sobre cimientos y yo con mi socio nos reímos como ya dictaba la costumbre con la mayoría de los clientes, de los que nos burlábamos diciendo: se leen un par de libros de feng shui o tai chi o lo que sea... y ya quieren hacer la pega por nosotros, luego intentábamos por lo bajo ser irónicos, como a todos lo demás clientes, le decíamos que no se preocupara, que juntos veríamos las soluciones, El Neurobiólogo pegó una pequeña tocecita.
Bueno en que iba?, dijo el Arquitecto? En ese corredor que junta ambos costados del terreno, entras y al tiempo que estás adentro de otro lugar, puedes seguir de alguna manera graduando el ritmo que traías desde afuera, saltarte todas las puertas laterales y pasar directamente al final, Gómez nos contó de esta idea que se le había ocurrido: No me gustan esos lugares en los que tengo que detenerme al instante de haber entrado por la puerta de calle, las recepciones solo provocan ansiedad, me gusta disminuir el ritmo de manera gradual, te encuentras con un pasillo y varias posibilidades y si ese pasillo tiene interés en si mismo, tanto mejor.

El Economista seguía tomando notas y cada tanto se tocaba la barbilla como si ese gesto insignificante le diera todavía la noción de que si, estaba sentado ahí.

El Arquitecto emitió un Bufido de cansancio, me acuerdo que mi socio le respondió en ese momento, que no pertenecíamos al Gremio, qué Gremio respondió Gómez, a ninguno respondió mi socio y nos volvimos a quedar en silencio.
De los 60 días que nos demoramos en tener los planos del proyecto, cuarenta (justo el número inusual de años que el cliente alcanzó a vivir) fueron tiempos muertos, callejones sin salida, no pensaba hablar de esto en realidad, me parece un detalle esotérico, como de película de misterio...pero finalmente todas las medidas arquitectónicas que nos envuelven en este auditorio y en el centro en general, están comprendidas en el número 40, en metros, con las submedidas 1, 3, 9, 27. Para nosotros no significaba nada con los planos en la mano, pero que el cliente muriera justo una semana de la inauguración y a la edad de 40 no deja de parecerme un dato un tanto macabro.
El Neurobiólogo parecía haber aplastado algo con su dedo índice, se veía nervioso, acalorado aún cuando el frío que hacía en el Auditorio formaba vahos con la respiración.
En la caseta de audio, los técnicos estaban completamente quietos, en los monitores que tenían al frente, se veía un plano del Auditorio visto desde el techo y otro desde una cámara que recién ahora me di cuenta había, en el marco de arriba del telón de proyecciones, desde mi posición veía las caras de las personas sentadas adelante a las que solo podía verle las espaldas espaldas, la mayoría parecía tener tedio.
El Arquitecto después habló de la vida de Barrio y sentí un tono conciliador como una sentida carta al director de algún periódico denunciando atentados contra la vida urbana, yo ni siquiera conocía a mis vecinos. Solo volví a escucharlo cuando dijo algo que no dejó de hacerme sentido aunque yo pensaba que era lo opuesto: lo edificios en altura son después de todo una buena medida, dijo, y aunque cualquier militante de izquierdas pueda refutarme, lo mantengo, las distancias se reducen, todo te queda cerca, superficies acotadas de terreno que aprovechan la escala de medidas vertical, que aprovechan de aglomerar a un número importante de personas dejando mucho mas espacio para la circulación que si los aglomeráramos todos en construcciones que siguen la cota del terreno, mas espacio libre para ocupar en la ciudad, en urbanismo debe ser una de las medidas mas revolucionarias y conflictivas del siglo veinte, construcciones que implican una serie de síntomas nos solo físicos sino que también sicológicos en quienes las habitan, vértigo, vistas panorámicas de su entorno inmediato, ejercicios físicos con peldaños, el problema, lo concedo, está de parte de la mayoría de las inmobiliarias que no se preocupan de la idea de duración tampoco del hacinamiento y menos de lo que los arquitectos podríamos llamar “sombra proyectada”. Pero simplemente lo que termina de matar esta idea de construcciones en altura son las autopistas, no puedes bajar veinte pisos para encontrarte con una calzada mínima y de golpe el muro del tráfico; el paseo acaba abruptamente y comienza una idea de Bloqueo.

Tiempo mas tarde, cuando el Arquitecto se despedía, me imaginé que estaría mirando una luz que se filtro desde el ventanal que daba al patio interior, luz que remarcaba las volutas de los cigarrillos que subían como una cadena, era un efecto me pareció muy bello, pero al volver la vista al escenario, este sonreí satisfecho y daba continuamente las gracias.

El Economista dejó el lápiz mecánico con el que escribía y dijo:, Buenas tardes, espero que hasta este momento se hallan divertido tanto como yo... Mi trabajo aquí en el centro es por ponerlo de alguna manera, tangencial, y cuando me junto cada tanto a hablar con el Director aquí presente tratamos generalmente lo que para mi es el único propósito de la Economía: El concepto de utilidad, dijo el economista con voz ronca de fumador que ya pasaba los sesenta, lo que llaman deseo me confunde muchísimo, me provoca una especie de ansiedad, años de carrera para notar en la sociedad siempre el mismo efecto; aprietas o crees apretar un botón en el consumidor, luego se provoca un movimiento súbito -como si recién ahora alguien se diera cuenta inesperadamente que va cayendo y cree ciegamente en las palabras del producto que le están vendiendo y cae como en un colchoncito, con un paracaídas atiborrado de cuidados y preocupaciones hacia su persona, el público, vamos el público- una oleada y luego tan rápido a como llegó el efecto se acaba y el consumidor se siente estafado y pasa entonces a poner su atención en otra cosa. Cuando lo que está a la venta no le sirve a nadie, el factor tiempo no entra en el marco, el furor se murió, una idea de oportunismo que antes no veías, obnubilado por la luminaria del set y que ahora se te presenta como una evidencia atroz.
El economista se detuvo un segundo a tomar de su caso con agua, y luego se quedó mirando detenidamente a nosotros quienes a su vez lo mirábamos a él, continuó: en las décadas pasadas, se me ocurre encontrar en los ochenta, la síntesis perfecta de la locura en la que terminó por transformarse el siglo xx , sus guerras mundiales, la llegada del hombre a la luna, jippis volviendo a convertirse en personajes del paleolítico, pero ahora no con mazos y piedras en las mano sino que rodeados de cemento y atiborrados de drogas con las que finalmente no hacían nada, espero no me malentiendan las drogas tienen una relevancia en las sociedades y sobretodo en sus economías, en algunos casos con resultados francamente positivos y otras veces terminando en desastres, yo fui, debo decirlo, bastante pusilánime en mi adolescencia y primera adultez, pero no perdí esos fragmentos de la historia en que las drogas cumplieron un papel a falta de mejor palabra, interesante en los habitantes de ciudades cada vez mas alienadas con fábricas y trabajo rutinario, los cincuenta por ejemplo, jóvenes brillantes que se dedicaron a inventar y a ocuparlas en silencio, sin griteríos callejeros, en muchos casos la droga no causó mas que el efecto contrario y convirtió la mayoría de los trabajos en actos estériles como una masturbación sostenida en una habitación, pero incluso hasta en ese caso podría encontrarles alguna utilidad, todos los problemas del hombre empiezan al salir de su casa, eso lo dijo Pascal y no dejo de encontrarle la razón, por lo menos mantiene al ejecutor en un grado de concentración y propósito, sin salir a la calle tan seguido que es en general donde ocurren sus problemas o los problemas que el finalmente se inventa, me gustaría pensar en el ejemplo que dio el Arquitecto un rato atrás, sobre el rubro de la construcción: levantar-bajar-levantar-bajar, la máquina sigue andando, el progreso y la obviedad, nadie quiere detenerse, no nos queda otra!!, pero ahora mas seguido que antes pienso que hacemos funcionar la economía en base a escombros, en base al trato chico.
Por ejemplo, yo camino, dijo el economista como volviendo a respirar de manera natural, como si antes todos y cada uno de los sonidos que había emitido hasta ese punto en forma de palabras y oraciones, no fueran mas que un segundo prolongado de afinación...y cuando lo hago, dijo, pienso en una economía fabulosa de la sobriedad y la eficiencia, la simpleza, la elegancia y la utilidad, también pienso en la calma, sobretodo en la calma y también pienso o se me ocurre pensar ahora ya que un arquitecto nos acompaña, en las construcciones, en todo ese puñado de objetos físicos a gran escala que mas bien molestan, me cuesta contrapesar la idea de economía al tiempo que un auto pasa por un costado y toca la bocina y luego un tipo en bicicleta comparte la vereda conmigo, y viene de frente y no puedo evitar tener la sensación de que se caerá...de que por algún movimiento impreciso y misterioso del viento, o de los ruidos, o de su centro de equilibrio caerá intentando esquivarme, siempre hago un poco mas de margen del que quisiera, algunas veces salgo a la calle, no se...la bicicleta puede ser inestable, el tipo o la mujer pueden haber caído en alguna moda pasajera del canastito y en esas ganas que tienen de mostrarse, con la posibilidad doble entonces de caída.
Eso también es transitorio, por lo menos en la economía lo es, siempre está la duda de eso adquirido, de algo anexo, de elección motivada por que? el deseo como le llama la publicidad moderna...pero no alcanzo a leer sus promociones cuando ya me cambiaron la imagen
Finalmente...caminar se hace o se hace, y de pasada mientras lo haces, inventas un ritmo propio donde todas las piezas de tu cuerpo tienen algún trabajo que hacer.
Darme cuenta que he conocido mas de la ciudad y sus rincones estos últimos años que todos los anteriores en los que mi mente parecía flotar mientras era transportada de casa al trabajo, de casa al trabajo, siempre la misma vía y con la radio y todos los aparatos necesarios para combatir el ruido exterior con mas ruido, y solo encontrarme que en los intermedios de esa dispersión, solo atizaban mis ganas de lanzar mas mierda, un poquito de mierda hacia fuera, hacia los otros autos, mierda hacia las micros, al peatón a mi parecer imprudente y la sincronización siempre lenta del semáforo, todo constituía una espera fatigante, siempre iba apurado...
Los ochenta sintetizaron los despropósitos del siglo anterior en clave humorística con excesos un tanto inocentes; un siguiente paso a los jippis fácilmente podía ser la ironía.
Vamos que con los años, el actor Reagan era una opción mas que válida...acotó el Neurobiólogo con un tono ambiguo, como intentando denotar conocimiento de los vaivenes políticos, pero no sonando para nada seguro, si, si... dijo el economista y lo curioso es ver como el ciclo se repite una y otra vez y las personas ahora se preguntan: ¡pero y como pudimos haber usado esa ropa!! Recordando los pantalones amasados, entonces alguien convierte en moda reírse de esos años, por lo menos nos estamos riendo de algo podrían pensar, pero no se...nada malo en todo caso con eso, pero a mi edad cada vez tengo menos ganas de reírme de la bromas inteligentes.
En fin que me disculpo...y como la peor estrategia de marketing son las disculpas, procedo a contar un chiste_
Me imagino algún sketch de baile en la tele, los protagonistas se esfuerzan muchísimo, van tras bambalinas aprendiéndose concienzudamente sus pasos y ansiosos por salir a escena, luego los gritos en el set, el cámara, el encargado de continuidad impulsando a los asistentes para que griten mas fuerte, luego sus números, todo sucede rapidísimo, alguien estalla y el show termina. Un proceso largísimo y agotador, con estrictas reglas televisivas cayendo sobre sus hombros en cada oportunidad que se presentan, mientras tu sentido del yo babea con cada palmadita en la espalda, a sido todo un éxito y nose... esto no es mas que mi opinión y las opiniones después de todo sirven menos que hacer..

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Hoy pienso hablarles de la coordenadas x,y,z. Hace un tiempo vi una imagen que me dejó de una pieza, vi en ellas todos mis años de estudiante puestos al revés, en ella estaban graficadas estas coordenadas espaciales en un fondo negro con tres rayas blancas suspendidas en el vacío, una paralela con la letra x, luego una perpendicular con la letra y. Finalmente la transversal con la letra z cruzando las primeras dos en diagonal, fugándose hacia un hipotético fondo para dar la sensación de profundidad. Esa diagonal en esta imagen era hacia la izquierda, potenciando de manera instantánea el cuadrante superior izquierdo de la diapositiva, justo lo opuesto de lo que me mostraron en todos mis años de estudiante en los que la transversal remarcaba el cuadrante derecho. Ese espacio matemático tan didáctico con su grilla en tres dimensiones ya no haciendo hincapié en el número positivo, como me mostraron continuamente en mis años universitarios, sino que mi vista tuvo que cumplir la trayectoria inversa a la que estaba acostumbrado como occidental, es decir, virar desde la derecha hacia la izquierda, fijarme detenidamente en los números negativos, en eso que sucedió antes.
Mis últimos estudios me han llevado por lugares intrincados y sombríos y haré todo lo posible por exteriorizar de manera coherente y lógica parte de ellos aquí esta noche.
Cuando joven puedo decir que era un entusiasta de la idea de progreso, de la idea de futuro sobretodo, del conocimiento y de cómo un país podía llegar al desarrollo y leí paper tras paper y tuve innumerables contactos con empresarios y pequeños y medianos intentos por generar riqueza, vamos por buen camino, pensaba, la gente trabaja, la gente produce, este país avanza, etc.
Por descontado decir que mi militancia política era y sigue siendo nula, les podría decir que simpatizo con la izquierda, pero eso no sería decir mucho. También les podría decir que la gente necesita trabajo, esfuerzo, no figuras paternales y menos palmaditas en la espalda, pensaba en el factor conciliador de la economía, si los números van bien, la gente puede relajarse y disfrutar o mejor, pensar. Y por años me convencí de esa ecuación, trabajo y tiempo, trabajo y tiempo libre. Se me ocurre pensar que lo sigo sintiendo así, pero quizás la diferencia está en como decidimos ocupar ese tiempo libre o ese resquicio de tiempo que generalmente se hace escaso con las necesidades del trabajo y muchas veces sus frustraciones cotidianas. Cada cual hace lo que quiere con su tiempo libre y con su cabeza, eso es parte esencial de una economía, pero vi tantos casos de frustración y de resentimiento en mis experiencias que empecé a dudar... algo se necesita en ese ecuación que no estaba en ninguno de eso dos polos. Y curiosamente encontré lo que buscaba en un novelista llamado Bolaño, tengo una nota así que procedo a citarlo: “Es necesaria una tercera pata para que la mesa no se desplome en los basurales de la historia, que a su vez se está desplomando en los basurales del vacío. Esta es la ecuación: oferta+demanda+magia”. Tal cual, pensé.

Incluso para alguien como yo, que puede pasarse meses sin poner una buena novela entre sus manos, se da cuenta de las diferencias entre quienes hacen negocios y leen y entre quienes hacen negocios y no leen.
Y no me refiero a libros de autores importantes... ni entrar en la previa con conversaciones literarias ni menos sobre erudición en el dominio de nombres, no, nada de eso, me aburro tanto como ustedes me imagino, sino que me refiero a la preocupación por el lenguaje, a las sutilezas del lenguaje y a cierta noción de ritmo que generalmente en personas que no leen para mi se vuelve agotadoramente rápida y atolondrada y les repito, no me refiero a esos tipos cultos que van citando autores como quién habla del clima, bueno, no es mi tema hoy..
La circulación del dinero (ya que existe algo como el dinero y digamos, no se mantuvo vigente el trueque) es algo necesario, una idea de movimiento que es después de todo bastante misteriosa y porque no, bella, los traspasos, etc...Pero también la preocupación por el lenguaje que no es sino una manera de ocuparlo como te venga en gana. Miren si no a Estados Unidos, ese país que en general todo el mundo aborrece o del que se burlan pero al que finalmente todos miran. Miren como se trata la información en ese lugar y sobretodo miren y aquí me detengo porque en todos mis años de carrera, veía este tema como ago tangencial: el excedente de la economía que se refleja luego en una vida más “cómoda” o en una “inversión” en cultura. Bueno, pamplinas...la cultura no es algo en lo que se invierte como si estuviéramos hablando de una universidad privada sino que es básicamente nuestra mas alta estima por la palabra educación, el arte y la ciencia.
El tiempo que pasé en estados unidos, una buena parte en el sur y luego en algunas de las grandes ciudades del norte, lo ocupé básicamente en ir a conciertos de música y recorrer universidades, quería interiorizar su mecánica sin ser parte de ningún plantel, quería ver con mis propios ojos sus instalaciones y de lo que la mayoría de los políticos renovados se jacta con sus masters y doctorados y posdoctorados y estudios hasta que cumplen los sesenta y luego se retiran, medallas como si fueran ganadas en alguna guerra o en la brutalidad de la supervivencia en plena calle y lamento decirlo pero idiotas hay en todas partes y Estados Unidos no es la excepción, las aulas de clases no me provocaron mucho interés ni menos su modelo de educación que ahora intentamos replicar en estas latitudes, pero lo que si me asombró, y muchísimo fueron sus bibliotecas que ocupaban edificios completos abiertos para ser espiados.
Aquí para conseguir un libro asignado en alguna clase, tienes que pasar por los mismos trámites que, digamos, para conseguir un crédito bancario y hay una respuesta para eso, claro, los trogloditas de siempre los rompen o los rayan y los libros pueden estar fabricados para eso, incluso para ser quemados como nos los mostró un período bastante descartable del siglo pasado, pero también están fabricados para ser leídos.
Que aquí no los lean no es enteramente culpa de nuestros estudiantes, después de pasar por un engorroso trámite, solo dan ganas de romper en mil pedazos la papeleta llena de timbres.

Cuando visitaba esas universidades me era tan fácil conseguir préstamos, como con solo decir que probablemente haría estudios ahí, pero que primero quería conocer las instalaciones, ellos me daban una tarjeta de visita y listo.
Las bibliotecas ocupaban departamentos completos y cuando te dejan solo para que recorras pisos de planta libre con estanterías repletas, subdivididas en hileras según tópicos, creo que lo último que te provoca esa libertad es ganas de romperlos, (para que!) sino que leerlos o mirarlos o lo que quieras, primeras ediciones, libros de arte carísimos y muy lejos de mis capacidades financieras, que solo te podrías imaginar decorando alguna mesa de centro en casa de personas que ni siquiera los tocan para no ensuciarlos o en los escaparates de alguna tienda a la que si se te ocurre mirar mas de la cuenta, rápido tendrás al dependiente con expresión cabreada acercándose y haciendo la pregunta de rigor: ¿va a comprar algo?. Bastante parecido a los sistemas de seguimiento que ponen algunas de esas llamadas bitácoras virtuales que no alcanzas a ver cuando ya aparece un pop-up infame traqueando tu dirección o lo que sea, la verdad no estoy familiarizado con el sistema, pero es algo que procuro borrar para siempre cerrando rápidamente todas las ventanas.
Bueno pero volvamos a los que nos convoca... ¿y que hacen los estudiantes aquí en chile?, miran las trabas para conseguir su asignación de la clase, luego notan las cámaras en la biblioteca y entonces solo atinan a odiar o a reirse de la tarea que tienen entre manos, un círculo vicioso, podríamos decir, para leer se necesita tranquilidad y concentración, tranquilidad y concentración.
Eran tardes completas las que me pasaba en esas bibliotecas, aún cuando entraba pensando que sería un visita rápida, pero no podía evitarlo, cada tanto en el enorme piso te encontrabas un mesón al lado de una ventana y en general cerca de alguna máquina con cafés, y entonces yo elegía varios libros, los que alcanzaba a sostener con mis manos, y leía...un verdadero placer, no se me ocurre a quién le hubiera gustado rayar o romper los libros, un acto vandálico tan miserable por lo demás, cuando en realidad nadie lo hubiera notado, o los otros asistentes te hubieran mirado con expresión triste, como con pena.
Nuestra posibilidad de ser desarrollados, tu educación es algo que te construyes solo y los libros que en general mas te conmueven son esos que generalmente te encuentras solo, porque el acto de leer sigue siendo un misterio, no tienes solo letras y palabras sueltas al frente que aumentan o disminuyen su tedio en base al número, son porciones de otras vidas, de cabezas que no son las tuyas y que generosamente se están abriendo para mal o para bien hacia algún potencial lector que después de la experiencia no es solo el mismo sino que otras cabezas también.
Algo bastante simple, que teóricamente lo había ingresado a mi entendimiento muchos años atrás, pero que solo lo entendí en su magnitud en esos enormes pisos de planta libre, abarrotados de las combinatorias mas extravagantes, desde Papiros hasta las últimas publicaciones científicas sobre tecnología avanzada, como las revistas que leí sobre robótica. Pasillos de novelas de todas partes del mundo y traducciones y mas mesones y mas ventanas, libros en idioma braille. Y no solo en las ciudades grandes como Nueva York donde estuve algunos meses y mientras me paseaba por sus calles en pleno invierno con temperaturas bajísimas y nieve cayendo prácticamente todos los días, notaba que no solo las universidades como Columbia (una ciudad en si misma) sino que con las bibliotecas públicas ya tenía mas que suficiente. Pero la universidad que mas recuerdo, curiosamente fue una de un pueblo minúsculo al sur, una llamada kennesaw en el estado de Georgia, Alabama, pueblos como sabrán ustedes, con índices bastantes altos de religiosos extremos y fanáticos por metro cuadrado.
Es esa universidad la que primero viene a la mente cuando recuerdo mi estadía en el país del norte. Un edificio de ocho plantas y computadores de uso público enchufados a Internet. Ahí conocí los archivos en formato de microfilm, estantes y estantes de archivos gráficos y escritos de la historia de ese país y de su urbanismo, un lujo, de verdad y luego me pregunto donde van a parar nuestros impuestos y aunque creo saber la respuesta, prefiero...
Y no me malentiendan, lo mío siempre fue la economía y sus aplicaciones, lejos de convertirme en un ratón de biblioteca, lo que intento decirles es que esos edificios estaban ahí, digamos, disponibles para el que quisiera incluso para mi, con la débil excusa de posibles estudios que a mi edad en realidad veía muy poco probables.
Estos tipos ni siquiera necesitan profesores pagados ni clases estrictas, pensé un día con un libro de “fold-outs” como le dicen a esas publicaciones que al abrirlas se despliegan en volúmenes, que en ese caso trataban sobre el contraste entre la arquitectura del período barroco y el clásico.
Deberíamos poner a los adolescentes en este tipo de lugares y dejarlos para que hagan lo que quieran, no va a faltar el bruto que se le ocurra romper algo, pero eso como pasatiempo es bastante aburrido. Y al leerlos desarrollas un sentido de la propia ignorancia y de la escala, sobretodo de la escala.
Con eso entonces, es fácil entender un concepto como la diversidad, que no es sino otra cosa que una variante de lo que han dado en llamar una sociedad desarrollada.
Gracias, dijo el Economista y luego guardó silencio.
El Neurobiólogo, miró su reloj, luego dijo eh...bueno...nos tomamos cinco minutos, disfruten de las galletitas y nos encontramos para una ronda de preguntas.
Yo le pregunté a alguien la hora; las 8:10.